No basta con pedir Perdón

En el ámbito cultural de la practica cristiana en Guatemala, “el perdón” tiene un valor extraordinario de cara tanto al que perdona como al sujeto perdonado. Esto hemos de entenderlo en la vivencia de la doble ciudadanía que se afirma tener – yo lo creo así – para quienes con celo verdadero de hombres y mujeres nacidos de nuevo, creemos en la ciudadanía terrenal y la ciudanía del reino, ambas perfectamente compatibles de poder vivirse tal cual la vida de Jesús lo mostro hasta el final de sus días terrenales.

El “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” deja clara la forma en que nuestra vida humana transcurre en nuestros quehaceres cotidianos y el ruego fundamental para que Dios Padre mantenga su protección. Su guardarnos del mal que de forma permanente acompaña nuestra vida rodeada de tentaciones en medio de nuestra actitud, es decir, de nuestra natural inclinación hacia la concupiscencia, entendiendo por esto, sentir deseos (o exceso de deseos) no gratos a Dios, como ciertamente lo es el abusar sexualmente de un niño, niña o joven, así como la violencia intrafamiliar. Peor aun, si estos vicios también se presentan dentro de las paredes de nuestras congregaciones o iglesias.

La justicia de Dios es precisamente eso: Justicia, y se expresa por ejemplo de la manera en que lo recoge Mateo 25: 39 – 41: “¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles».

Lo anterior, en el contexto del abuso y la violencia sexual o cualquier forma de ultraje, daño, laceración u ofensa en contra de los mas pequeños, conllevan una clara condenación que en medio de una practica concreta del perdón, no exime de castigo a quienes practicaron estos abusos. Castigo que por un lado Dios se reserva en su particular y a veces incomprensible aplicación de justicia divina, mientras que por el otro, impone la búsqueda del castigo en el ámbito del marco jurídico en una sociedad en particular.

Alcanzar el perdón de Dios, pasa por el proceso de arrepentimiento, sin esta acción concreta de volver atrás y la necesaria humildad al aceptar los errores y resarcir el daño causado, no puede haber perdón. En consecuencia, ningún pecador participa de la justicia justificadora de Cristo hasta que se arrepienta de sus malas obras y como Zaqueo ( Lucas 19: 1-10) se postre ante el Señor y le diga: Mira Señor voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces. Esto se llama resarcimiento.

Para obtener el perdón de Dios el camino es el resarcimiento del daño causado, así como si cometieras una infracción hay que pagar la multa. A Dios no se lo engaña. De aquí la necesidad, importancia e indispensable batalla hacia los abusadores en cualquier forma de abuso en contra de la niñez. Llevar a los abusadores ante la justicia humana, es necesario puesto que para esto es que Dios constituye y delega en jueces justos la búsqueda de aplicación de las leyes humanas, reservándose para sí, la aplicación de su justicia.

Y por si aun hubiera alguna pisca de duda, en la Biblia podemos leer textos como el de Isaías 64:5-7 «Saliste al encuentro del que con alegría hacía justicia, de los que se acordaban de ti en tus caminos; he aquí, tú te enojaste porque pecamos; en los pecados hemos perseverado por largo tiempo; ¿podremos acaso ser salvos? Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento. Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en poder de nuestras maldades».

Una sociedad de humanos que no busque llevar a los ámbitos jurisdiccionales de su normativa vigente con jueces objetivos, imparciales y guiados por la sabiduría, estaría no solamente impidiendo una parte del castigo, sino propiciando la inoculación en el cuerpo social, la comunidad, una suerte de impunidad que afecta a las presentes y futuras generaciones.  Mal muy propio, la impunidad, del mundo post moderno.

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